viernes, 27 de febrero de 2009

Viernes medio día. O, Mis fallas

Soy desidioso. Soy flojo. No soy metódico. Sobre todo con las cosas que no me importan a un nivel personal. Este es uno de mis grandes defectos y uno que pensé que podía superar usando la inteligencia.
Dejaré la falsa modestia de lado; soy inteligente, soy creativo y soy ingenioso. Estoy consciente de esto. Y siempre pensé que estas cosas servirían para complementar las fallas mencionadas anteriormente. ¿Qué importa que no seas riguroso con tus trabajos si eres inteligente? Pues sí importa. Y mucho.
Sobre todo en el ambiente académico; en la universidad o brillaba por mi capacidad de leer y comprender mejor que otros o por mi falta de rigor académico. Mis trabajos podían ser de cualquier cosa que se me ocurriera dos días antes de la entrega, un día pensando la idea, la noche anterior a la entrega desarrollándola. Obviamente, con la lingüística pagué el precio de esta actitud ya que no permite esos deslices. Pero con la literatura mantenía mis ideas fuera de un análisis puramente estético y lograba crear trabajos medianamente buenos para pasar las materias.
Existieron excepciones en las cuales hice trabajos muy bien desarrollados y para alimentar a mi ego secreto, que todos tenemos, recibieron buenas críticas. El que más recuerdo fue un trabajo que hice sobre la religiosidad y la psicología en La regenta de Clarín. Estuve en la biblioteca y utilicé referencias cruzadas para demostrar mis puntos. La maestra lo calificó con 10 y le puso una nota de que era uno de los mejores trabajos que había recibido y que debía pensar seriamente en la investigación como campo laboral.
Pero me conozco, fuera del placer que esa nota y calificación me proporcionaron, equiparable al placer que fue leer la novela, no me importaba un carajo hacer de mi vida la de un investigador. Leo porque me gusta; porque lo disfruto, porque me identificó, porque conozco más al mundo y a mí mismo a través de la ficción, porque quiero comprender a las personas y los mejores observadores de la naturaleza humana son los escritores. Creo firmemente que todo caso posible de la naturaleza humana, las flaquezas y las grandezas, se puede encontrar en la literatura.

Pero ese no es el punto de esta entrada.

Gracias a mi falta de rigor y de academicidad, así como una necesidad casi patológica de desobedecer a cualquier figura de autoridad, pagué un precio caro: ver mi ego secreto destrozado frecuentemente al enfrentarme a la cruel realidad de que no siempre puedo ganar ni salirme con la mía. Me regresaron bastantes trabajos con notas de los profesores que decían que no era lo que habían pedido, que mi análisis no estaba fundamentado, que el propósito del trabajo no era sólo una visión impresionista. Fueron golpes duros, pero los superé siempre con la certeza de que las cualidades arriba descritas eran más importantes que el saber dónde y cuándo poner qué cosa.
Hasta en los trabajos me he enfrentado a esa pared insondable de la autoridad contra mí. Se vuelve una pelea de voluntades, un "no hagas esto" por parte de ellos enfrentado con mi "ahora lo hago"; en mi primera aventura como corrector/editor en Oxford University Press recibí un golpe duro a la autoestima cuando no me renovaron el contrato después de haber trabajado duro. Al principio le eché todas las ganas y puse todo en juego, por desgracia el libro en el que estuve trabajando sufrió las inclemencias del destino y no salió por culpa de la diseñadora (desde entonces los odio un poco, no lo puedo evitar); después me dieron la oportunidad de nuevo y mi desidia ganó poco a poco, fui poniendo menos de mi parte y buscando culpables fuera, que sí los había, pero pude haberlo hecho todo distinto; al final puse todo de mi parte para que saliera y salió, pero me costó el trabajo porque había reaccionado demasiado tarde.
Recuerdo mi último día, recuerdo que Georgina, una de mis superioras, me dijo que era muy inteligente, que tenía un buen futuro en este negocio y que tenía todo a mi favor mientras entendiera que las figuras de autoridad no son ni mi enemigo ni están ahí para aceptar mis desafíos, me dijo que mi gran problema no era que no supiera trabajar ni que no fuera bueno, sino que cuestionara y desafiara cada decisión que provenía de entidades superiores a mí, y que si seguía por este camino iba a encontrarme enfrentado con situaciones en las que tenía todas las de perder y que mi inteligencia no me iba a salvar siempre.

Y ahora, después de años de sube y bajas, los demonios del pasado regresaron a cobrarme la factura que les había dejado pendiente. Esos mismos demonios de querer hacer las cosas a mi manera, de no conformarme, de asumir que tengo la razón, regresaron con toda su fuerza y me dieron un golpe fuerte al ver que mi desidia me estaba costando cara con respecto a mi carrera. Que es momento de despertar y de ponerme las pilas una vez más, que ya estuvo bueno de querer siempre hacer las cosas a mi manera, por eso ahora tengo que regresar a la facultad y dejar de sentir que puedo ganar con mis reglas, tengo que jugar con las de ellos si quiero mi título. Y no es que me importe el título, pero quiero demostrarme que soy capaz de acabar, de dejar un capítulo cerrado por fin y saber qué se siente tener ese papelito colgado en la pared.

Cuando recibí el golpe de que la había estado cagando hace unas horas se me fue la sangre de la cara y del cuerpo, me quedé pasmado viendo la innegable realidad y casi me puse a llorar. Pero nada iba a lograr con eso y alguien me hizo reír a pesar de la desgracia en la que me estaba sumiendo y por eso mismo dejé de sentirme miserable y estúpido y decidí aceptar que todo esto había pasado por culpa propia y que el único que puede sacarme del hoyo se llama Manuel.

1 comentario:

Filiola dijo...

Muñeco, ¿qué pasó? ¿Cuál hoyo? Preciosa entrada. Muy sincera. Me identifico un montón... no sé tener jefes, me parecen todos idiotas y no soporto que tengan autoridad sobre mí... En fin, espero que estés bien y, por supuesto, cuenta conmigo para echarte la mano.