Tal vez ya estoy más viejo y me he ido suavizando con los años, tal vez sólo andaba un poco mushy cuando vi esta película por primera vez, pero creo que es una de las películas más felices que he visto en mi vida. La vi por segunda vez hace poco y volví a pensar que era una película no tanto sobre el amor o sobre la vida, la siento como un ensayo sobre la felicidad. No cómo obtenerla, mas bien, cómo es o qué es. Aunque sea en el micro mundo que ella, la película, presenta.
La primera vez que la vi no dudo que mi estado de ánimo en esas épocas haya tenido que ver, estaba en un momento en el cual era cual escolapio quinceañero teto con su primer enamoramiento aún más teto. Digo, seguía siendo yo, pero por ahí de febrero a mayo de este año, época en que vi Garden State por primera vez, estaba como que más susceptible a las cosas "tiernas" de la vida, aunque si lo medimos con la regla con la que se mide a personas más cursis pues seguía bastante alejado de las cursilerías que caracterizan a los enamorados. En fin, cuando vi la película por primera vez me pareció optimista, sin ser estúpida, y me hizo feliz. Como esa veces que haces algo que te gusta mucho y sientes la satisfacción recorriendo tu cuerpo. Justo ese sentimiento me dejó.
Blanca me recomendó la película hace años, la describía justo así: una película que te hace feliz. Y no sé, tal vez inconscientemente no me importaba en ese momento un estimulo externo para ser feliz. Y cuando la vi era bastante feliz en mi mundo de tetez y enamoramiento quinceañero, entonces un estimulo extra no me caía nada mal.
La segunda vez que la vi, después de comprarla en Canadá ya que es inconseguible en México, y de haber comprado dos copias porque una era un regalo que jamás entraré, volví a sentir esa plenitud de felicidad que inunda y no desborda. No me dieron ganas de salir a gritar de felicidad a la calle ni nada, sólo estaba de buen humor. No desencadenó ningún recuerdo ni nada, sólo me puso de buenas.
Y creo que ese es su objetivo, dejar de lado el drama humano que permea no sólo a las películas, sino a todo lo que hacemos. Detrás del drama humano y de la miseria que rodea nuestra existencia hay felicidad y es asequible para todos.
No hablaré de la película ni de las escenas o temas, sólo de una parte donde Natalie Portman explica dónde trabaja y por qué usa un casco para trabajar en una oficina y le dice al protagonista "Pues ni modo, me da risa, no significa que a veces no llore, sí lloro, y a veces lo necesito, pero no me la voy a pasar llorando, mejor reírme y ya". Y creo que eso resume la vida de una manera muy básica, pero muy concreta.
Lo que más me gusta de la película es que tiene varias capas; primero, es una historia de amor de pareja, pero también es una historia de amarse a uno mismo, de amar y aceptar a los otros, de amistad, de auto encuentro, de felicidad, de tristeza, de lo ridículo que es todo, de las pequeñas cosas, de lo insignificantes que nos podemos sentir. Y creo que ese es su gran merito, son personajes muy humanos, muy reales, como cualquier veinteañero que está perdido y de pronto, por azares del destino, se empieza a encontrar.
Y para los que vivan en México y la quieran ver, está en los Blockbusters en la sección de arte y se llama "Tiempo de volver".
Terminar musicalmente, lo que escuché mientras escribía esto: White Noise Monster de Arcturus, Windowpane de Opeth, John Doe de Testament y The ballad of resurrection Joe and Rosa Whore de Rob Zombie.
jueves, 8 de octubre de 2009
viernes, 2 de octubre de 2009
Viernes a mediodía. O, Descenso al subsuelo.
Ya que la escritura, hasta de algo tan nimio como este blog, monumento a mi vanidad y ocio, necesita constancia y seguimiento, creo que es justo y necesario que lo utilice más seguido.
He de reconocer que lo que más me ha afectado en el último mes, tal vez dos meses, ha sido mi inconformidad con mi trabajo. Primero, la gente de mi oficina, la gente a la que llevo dos años viendo casi diario, me desesperan en su generalidad. Existen las particularidades que me caen bien, pero el conjunto es insoportable. Hay momentos donde cada uno, por separado, me entretienen y son divertidos; pero, por lo general, encuentro unas ganas, apenas reprimibles, de gritarles e insultarlos/as. Pero durante los últimos dos meses mi hostilidad hacia la colectividad de la oficina ha crecido exponencialmente.
Primero, siento que mi trabajo no es ni comprendido ni apreciado. Nadie tiene una idea muy clara de qué es lo que hago, a pesar de que se los he explicado, principalmente porque son pocas las personas que en realidad crean que sus escritos necesitan corrección (aunque debo decir que las personas que se encargan de escribir los oficios de la coordinación ahora siempre me piden que les corrija sus escritos para evitar problemas, por lo menos ellos entienden el sentido de mi trabajo), por lo mismo, ven mi trabajo como algo apenas por encima de la mano de obra. He utilizado el símil de que ellos me ven como a un albañil al que le están diciendo que quieren que construya una pared inclinada a pesar de que el albañil les dice que si hace eso el techo se va a caer, pero como no es arquitecto, su opinión no cuenta. Mis opiniones no cuentan o sin el menor recato se las apropian; mis ideas, las que ellos/as consideran meritorias, cambian de dueño/a tan seguido como las monedas y, al igual que las monedas, nunca se sabe quién las tuvo primero.
El momento del cinismo máximo fue durante una junta. Unos días antes de la junta me habían pedido que hiciera un diagrama de flujo respectivo al proceso de la revista, empezando por el autor hasta que estuviera impresa. Agarré una hoja de papel y lo dibujé; no era el gran diagrama o la innovación que iba a cambiar la revista, simplemente era una explicación gráfica del proceso a mi entender. Durante la junta repartieron unas hojas y la mujer que me había pedido el diagrama dijo, con suma tranquilidad por cierto, "preparé este diagrama del proceso de la revista". Al verlo me di cuenta que estaba en el mismo orden y con el mismo vocabulario que mi diagrama, era como si lo hubiera calcado, excepto que el mío estaba hecho a mano y ella lo había puesto en un documento de word. Y aun cuando volteé a verla con cara de "¿qué chingados...?" ella jamás mostró nerviosismo o señal alguna de que en efecto ella no había hecho el diagrama. Fue como ver el dibujo de alguien, ponerle un papel encima, calcarlo a la perfección y sin cambiar un solo detalle, y después mostrárselo a la persona y decirle "mira lo que dibujé".
Esa fue la primera con ese cinismo, pero no fue la última.
Después de haber trabajado en la parte editorial del último número de la revista, mucho más allá de mis funciones como corrector de estilo, tuve el "atrevimiento" de pedir crédito de coeditor en la revista. Y me fue negado rotundamente. Hasta me vieron con una expresión que decía "¿cómo te atreves a pedir eso?" y ahí fue cuando mi paciencia, de por sí bastante pequeña, se acabó. Decidí no hacer ya nada más que corrección de estilo; el apropiarse de ideas ajenas me parecía excesivo, pero mi límite fue la falta de reconocimiento al trabajo realizado.
Bueno, todo eso fue para explicar mi hartazgo de esta última semana. En el anterior esquema de la revista una diseñadora por fuera hacía los números, pero con el nuevo esquema ya no es así, a excepción del Encarte (una pequeña revista dentro de la revista, independiente a la segunda en contenido), mismo que la diseñadora todavía hace. Pero esa diseñadora es amiga mia y ex compañera de trabajo de Oxford University Press. Por lo tanto, los retrasos del Encarte son culpa mía. Y, como cuando se apropiaban ideas ajenas, no sólo mías sino de todo el que les diera una buena sugerencia, no han tenido el recato de ocultar las sonrisas de satisfacción al hacer comentarios de que el retraso de la impresión se debe al Encarte y a la "diseñadora amiga de Manuel". Como dije antes, mi paciencia llegó al límite y varias veces hice el comentario de regreso "pues si no se le está pagando el Encarte a la diseñadora, ¿no creen que es muy prepotente exigirle que lo haga a marchas forzadas y, para colmo, gratis?". Pero como pasa siempre con la gente que no ve más allá de su nariz, piensan que es la obligación de la diseñadora hacer eso, sin embargo, extrañamente, no es obligación de la revista remunerar ese trabajo, como estaba acordado en un principio.
He ahí una de las fuentes de mi hartazgo y hostilidad esta semana que termina. La otra es culpa mía por completo. Las series gringas acaban de comenzar su nueva temporada (House, Supernatural, Heroes, The Mentalist, Dexter, Lie to Me, Fringe, The Big Bang Theory y Two and a Half Men), por lo cual las bajé todas de internet y me puse a verlas después de mis raids de Warcraft, por lo cual estaba durmiendo a las 3 o 4 de la mañana, despertandome a las 8:30 y, como no puedo dormir en el día, eventualmente las desveladas me alcanzaron y me encontraba con dolores de cabeza casi diario por mi falta de sueño, además de que parecia que me iba a dar gripa, o influenza ya que está de moda en México.
Supongo que para los observadores imparciales e inocentes en la oficina yo era un monstruo al borde del asesinato masivo: ojos rojos e hinchados, mal humor, dolores de cabeza, hostilidad abierta ante casi todo mundo, alejado de "mundanal ruido" gracias a mis audífonos.
Pero ya por fin empecé a dormir bien, o más de 4 horas al día, y mi humor ha mejorado un poco (ya no tengo los ojos rojos ni dolor de cabeza, el desprecio por mis compañeros de trabajo y los audífonos permanecen).
Y como mis últimas entradas han sido musicales, lo que escuché durante la escritura de esta entrada, un poco desconectada de si misma en mi opinión, fueron las siguientes canciones: Messhuggah - Terminal Illusions, Antimatter - Over your shoulder, Opeth - Face of Melinda, Samael - Quasar Waves, ...and Oceans - The Morning I Woke Up Dead y Ablaze my Sorrow - The Return of the Mighty Raven.
He de reconocer que lo que más me ha afectado en el último mes, tal vez dos meses, ha sido mi inconformidad con mi trabajo. Primero, la gente de mi oficina, la gente a la que llevo dos años viendo casi diario, me desesperan en su generalidad. Existen las particularidades que me caen bien, pero el conjunto es insoportable. Hay momentos donde cada uno, por separado, me entretienen y son divertidos; pero, por lo general, encuentro unas ganas, apenas reprimibles, de gritarles e insultarlos/as. Pero durante los últimos dos meses mi hostilidad hacia la colectividad de la oficina ha crecido exponencialmente.
Primero, siento que mi trabajo no es ni comprendido ni apreciado. Nadie tiene una idea muy clara de qué es lo que hago, a pesar de que se los he explicado, principalmente porque son pocas las personas que en realidad crean que sus escritos necesitan corrección (aunque debo decir que las personas que se encargan de escribir los oficios de la coordinación ahora siempre me piden que les corrija sus escritos para evitar problemas, por lo menos ellos entienden el sentido de mi trabajo), por lo mismo, ven mi trabajo como algo apenas por encima de la mano de obra. He utilizado el símil de que ellos me ven como a un albañil al que le están diciendo que quieren que construya una pared inclinada a pesar de que el albañil les dice que si hace eso el techo se va a caer, pero como no es arquitecto, su opinión no cuenta. Mis opiniones no cuentan o sin el menor recato se las apropian; mis ideas, las que ellos/as consideran meritorias, cambian de dueño/a tan seguido como las monedas y, al igual que las monedas, nunca se sabe quién las tuvo primero.
El momento del cinismo máximo fue durante una junta. Unos días antes de la junta me habían pedido que hiciera un diagrama de flujo respectivo al proceso de la revista, empezando por el autor hasta que estuviera impresa. Agarré una hoja de papel y lo dibujé; no era el gran diagrama o la innovación que iba a cambiar la revista, simplemente era una explicación gráfica del proceso a mi entender. Durante la junta repartieron unas hojas y la mujer que me había pedido el diagrama dijo, con suma tranquilidad por cierto, "preparé este diagrama del proceso de la revista". Al verlo me di cuenta que estaba en el mismo orden y con el mismo vocabulario que mi diagrama, era como si lo hubiera calcado, excepto que el mío estaba hecho a mano y ella lo había puesto en un documento de word. Y aun cuando volteé a verla con cara de "¿qué chingados...?" ella jamás mostró nerviosismo o señal alguna de que en efecto ella no había hecho el diagrama. Fue como ver el dibujo de alguien, ponerle un papel encima, calcarlo a la perfección y sin cambiar un solo detalle, y después mostrárselo a la persona y decirle "mira lo que dibujé".
Esa fue la primera con ese cinismo, pero no fue la última.
Después de haber trabajado en la parte editorial del último número de la revista, mucho más allá de mis funciones como corrector de estilo, tuve el "atrevimiento" de pedir crédito de coeditor en la revista. Y me fue negado rotundamente. Hasta me vieron con una expresión que decía "¿cómo te atreves a pedir eso?" y ahí fue cuando mi paciencia, de por sí bastante pequeña, se acabó. Decidí no hacer ya nada más que corrección de estilo; el apropiarse de ideas ajenas me parecía excesivo, pero mi límite fue la falta de reconocimiento al trabajo realizado.
Bueno, todo eso fue para explicar mi hartazgo de esta última semana. En el anterior esquema de la revista una diseñadora por fuera hacía los números, pero con el nuevo esquema ya no es así, a excepción del Encarte (una pequeña revista dentro de la revista, independiente a la segunda en contenido), mismo que la diseñadora todavía hace. Pero esa diseñadora es amiga mia y ex compañera de trabajo de Oxford University Press. Por lo tanto, los retrasos del Encarte son culpa mía. Y, como cuando se apropiaban ideas ajenas, no sólo mías sino de todo el que les diera una buena sugerencia, no han tenido el recato de ocultar las sonrisas de satisfacción al hacer comentarios de que el retraso de la impresión se debe al Encarte y a la "diseñadora amiga de Manuel". Como dije antes, mi paciencia llegó al límite y varias veces hice el comentario de regreso "pues si no se le está pagando el Encarte a la diseñadora, ¿no creen que es muy prepotente exigirle que lo haga a marchas forzadas y, para colmo, gratis?". Pero como pasa siempre con la gente que no ve más allá de su nariz, piensan que es la obligación de la diseñadora hacer eso, sin embargo, extrañamente, no es obligación de la revista remunerar ese trabajo, como estaba acordado en un principio.
He ahí una de las fuentes de mi hartazgo y hostilidad esta semana que termina. La otra es culpa mía por completo. Las series gringas acaban de comenzar su nueva temporada (House, Supernatural, Heroes, The Mentalist, Dexter, Lie to Me, Fringe, The Big Bang Theory y Two and a Half Men), por lo cual las bajé todas de internet y me puse a verlas después de mis raids de Warcraft, por lo cual estaba durmiendo a las 3 o 4 de la mañana, despertandome a las 8:30 y, como no puedo dormir en el día, eventualmente las desveladas me alcanzaron y me encontraba con dolores de cabeza casi diario por mi falta de sueño, además de que parecia que me iba a dar gripa, o influenza ya que está de moda en México.
Supongo que para los observadores imparciales e inocentes en la oficina yo era un monstruo al borde del asesinato masivo: ojos rojos e hinchados, mal humor, dolores de cabeza, hostilidad abierta ante casi todo mundo, alejado de "mundanal ruido" gracias a mis audífonos.
Pero ya por fin empecé a dormir bien, o más de 4 horas al día, y mi humor ha mejorado un poco (ya no tengo los ojos rojos ni dolor de cabeza, el desprecio por mis compañeros de trabajo y los audífonos permanecen).
Y como mis últimas entradas han sido musicales, lo que escuché durante la escritura de esta entrada, un poco desconectada de si misma en mi opinión, fueron las siguientes canciones: Messhuggah - Terminal Illusions, Antimatter - Over your shoulder, Opeth - Face of Melinda, Samael - Quasar Waves, ...and Oceans - The Morning I Woke Up Dead y Ablaze my Sorrow - The Return of the Mighty Raven.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)