Me es muy difícil comprender la tristeza ajena. Muchas veces no puedo ser empático y considero las causas del desasosiego o melancolía de otros como muy sosas; sin embargo, no me gusta que las personas estén tristes, he dicho muchas veces que de por si la vida es bastante gris y triste como para que además estemos llorando cuando sería tan fácil sonreir o soltar una carcajada. Pero es difícil ser absolutamente feliz sin ser un estúpido; es imposible ser totalmente feliz cuando miras alrededor y sólo ves tristeza en todos lados. Y es que es tan fácil estar triste. Sólo se necesita recordar nuestro pasado y enfocarnos en la multitud de malos recuerdos para que nos sintamos abrumados y al borde del abismo.
Y sin embargo, quisiera que todas las personas que me importan realmente fueran felices, me gustaría tener la capacidad de tomar su tristeza y desaparecerla, hacerlos/as sonreir y olvidarse de todo lo que los/as atormenta.
Pero no puedo ni hacer eso por mi mismo.
El domingo 10 de Mayo acompañé a mi papá a su casa porque está preparando su mudanza. Viví en esa casa durante 5 años, 3 con mi mamá y 2 con mi papá. Cuando me fui de esa casa ni siquiera sentí un dejo de melancolía, sabía que podía regresar de visita cuando quisera, y lo hice muchas veces. En cierto sentido, seguía siendo mi casa y mis recuerdos no se encontraban atados a ella, la casa formaba parte de los recuerdos, pero no era los recuerdos. Y así pasaron casi cinco años fuera de ella, mi papá la mantuvo como un santuario a la única mujer que creo que realmente ha amado y a quien nunca pudo decirselo así como así; dejó de ser mi casa para convertirse casi en un museo en el que alguna vez viví. Veía mi cuarto, ahora estudio de mi papá, y me parecía increible que el 70% de las cosas que poseo cupiera ahí, me parecía raro ver esos cuartos y los baños, tan grandes y tan impersonales, no por la falta de fotos o cosas que los hicieran mi casa o la de mi mamá, sino porque mi papá no quiso personalizarlos, le parecía casi un insulto a la memoria de mi mamá cambiar las cosas hasta de lugar, y en vez de verlos y pensar "nada ha cambiado" siempre me pasaba por la mente "¿por qué no ha cambiado? ¿por qué se tortura con esto?", pero una parte de mi entendía que él necesitaba esa tortura y flagelarse para superarlo, por más que diga que está superado, cada domingo va y se sienta en la tumba y lee el periodico, no importa si llueve, el calor es insoportable o si simplemente tiene sueño o flojera, es una responsabilidad que debe cumplir.
El domingo los cuartos seguían iguales, sólo había ropa fuera del closet de mi papá y algunas maletas, sin embargo empecé a sentirme abrumado por las cajas, por saber que ya no iba a ser mi casa, los recuerdos empezaron a encadenarse a las paredes y las cosas que están ahí, cosas que no me gustaban o que siempre miré con indiferencia, como la pared de la escalera llena de símbolos religiosos que tanto le gustaban a mi mamá, la vi y se me fue el aliento y sentí un agujero en el estomago al pensar que esa pared no iba a existir ya, que era irrepetible porque era ESA pared en ESA casa y no lo sería en ningún otro lado, lo mismo con las fotos en las paredes de los cuartos, con los muebles de los cuartos, todo eso sería lo mismo en función pero su esencia se iba a quedar en esa casa y los recuerdos parecían pegarse a las cosas justo donde estaban y cuando las movieran, los recuerdos iban a desaparecer.
Y me senté en la cama, abrumado, sin saber qué hacer o decir, quería tener una cámara y tomar fotos de todo para nunca olvidarlo o encontrar la manera de convencer a mi papá de no mudarse, aunque en el fondo sabía que era muy significativo que él hubiera escogido el día de la madre para llevarme ahí y estar haciendo la mudanza, no he logrado descifrar qué es, pero sé que una parte de él por fin lo superó y era el momento de que el museo que mantenía abierto a costa de su cordura se acabara. Y, por primera vez en casi 5 años, me di cuenta de lo mucho que voy a extrañar esa casa y todo lo que viví en ella: las fiestas de la prepa, estar ahí con mis noviecitas de adolescencia, ver los resultados de mi examen de la UNAM en la sala, poner mi disco de At the gates a la hora de la comida, a Blanca yendo de visita y echandose encima de mi en la cama, a mi abuelita dormida en el cuarto enfrente del mio, a mi mamá en pijama todo el día después de que se jubiló y enojada porque no le avisaba que iban amigos a comer conmigo y la veían "fodonga", mis amigos de la facultad fumando mota en el último piso, la peda con Adrian un 22 de Diciembre, ahogados en alcohol en mi cuarto escuchando música, mi papá saliendose de la casa "sutilmente" para que Ana Laura y yo estuvieramos solos, cuando mi papá o mi mamá se iban de viaje y yo me quedaba solo una semana en la casa, al Chito de bebé bajando las escaleras a brinquitos, Chito acostado en mi cama dormido, a los de Gayosso entrando esa noche, cuando Stefan se quedó un mes en la casa y se hizo más amigo de mi mamá que mio, cuando Kate (una australiana que conocí en Puerto Escondido) se quedó a dormir ahí varios días y cocinabamos juntos, cuando empaqué todo mi cuarto para mudarme, cuando mi papá subió las escaleras hecho una furia dispuesto a madrearme y casi nos peleamos, cuando fumaba a escondidas afuera de mi cuarto en un balconcito improvisado, cuando traía el cabello largo, cuando llegué del concierto de Immortal (del que tuve que caminar de regreso porque no había taxis) y mi mamá me preguntó cómo me había ido, de cuando fui a ver a Opeth y regresé y mi papá no había descifrado cómo prender el DVD, cuando regresé de mi viaje por el sur de México y me regañaron en la cocina por andar desaparecido semana y media, cuando mi tía Tita fue a cortarme el cabello y me dejó la cola de caballo en una bolsita, cuando Blanca regresaba de París y nos daba los regalos mas chafas imaginables porque seguro se le olvidaba llevarnos algo y lo compraba el último día, y más recuerdos, muchos más, me inundan ahora, me inundaban ayer y por primera vez, ni siquiera cuando nos fuimos de Victoria o cuando regresé a la que fue la casa de mi infancia y la vi tan distinta, sentí como si me arrancaran algo y ese algo se iba a quedar ahí y sólo yendo ahí podría estar cerca de ese algo indefinible y meláncolico.
Entre las cosas que intenté hacer ayer fue llevarme joyería de mi mamá para recordarla, pero todo lo que veía no me la recordaba, sé que usaba algunos de esos aretes y collares, pero no me la recordaban, no los sentía como de ella. Y vi la campana. Es una campana que odiaba de niño. La operaron de la tiroides cuando yo tenía como 5-6 años, tal vez 7, y no podía gritar, su voz era como un susurro, y la casa de Victoria era grande, entonces Queta, creo que fue ella, le llevó esa campana para comunicarse conmigo y Blanca o la señora que nos ayudaba. Y recuerdo como sonaba la campana y tenía que ir a ver qué quería, y sonaba muchas veces al día y en todas tenía que ir rápido o iba a seguir sonando. Y a veces yo escondía la campana para que no me estuviera molestando, pero siempre la encontraba o yo se la daba al final. Y sé que esa campana es lo que quiero tener de mi mamá; no las joyas o las fotos, esa campana es tan mia como fue de ella, formó parte integral de un momento de nuestra relación madre-hijo, y es mejor que las fotos porque nadie estaba cerca cuando sonaba la campana y yo tenía que ir o cuando, ya grande, nos acordabamos de cómo le escondía la campana y nos reíamos.
Todo esto empezó como una justificación de mi incomprensión ante la tristeza ajena y en realidad es un recuento de mis tristezas.
Helo ahí, yo descarndamente sincero.